Nada sucedió de repente, dijo mi madre. Primero tuvo olvidos muy tontos, como no saber dónde había dejado las gafas, no encontrar el par de zapatos que iba a ponerse en la noche, elegir y ponerse un zapato negro y otro amarillo. Ella, que había sido tan elegante y austera, decían mis padres, se vestía con blusas de un color escandaloso, y ese color no combinaba con una falda discreta. En fin, cosas de esas. Olvidos sin importancia, decía mi madre. Nada grave añade mi padre.